Shanghaied

Gastbeiträge

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Nur zwei, drei Zeilen, sagte der alte Schriftsteller, als man ihn bat, ein paar Worte für ein Buch zu schreiben, das dem eben ins Amt eingesetzten Präsidenten John F. Kennedy übergeben werden sollte.
Der Schriftsteller machte sich an die Arbeit. Nach einer Stunde stand auf dem Papier:
The marvellous thing is that it’s painless.

Shit, rief er, das habe ich doch schon irgendwo geschrieben. Bis spät in der Nacht sass er an seinem Schreibtisch und kam nicht weiter. Dann machte er sich in der Küche ein Sandwich mit Erdnussbutter, wie in den guten alten Zeiten. Um zwei Uhr morgens holte er die Flasche Bourbon, die er im Kamin versteckt hielt, und kippte zwei Gläser. Vergebens. Der Whiskey verursachte nur Brechreiz und holte ihn nicht zurück in jene Zeiten, als er in wenigen Wochen einen Roman niederschrieb.
Am nächsten Tag rief er seinen Auftraggeber an und sagte:
Nur einen Satz werde ich schreiben, einen einzigen! Das wird mein letzter sein.
Okay, sagte der Agent, ein Satz von Ihnen wiegt mehr als ein Buch von Arthur Miller.
Von diesen Worten geschmeichelt, machte sich der Schriftsteller wieder an die Arbeit an einem neuen Satz.
The beginning of something is painful.
Dann ersetzte er something durch anything.
The beginning of anything is painful.
Er strich ful:
The beginning of anything is pain.
Und vertauschte die Plätze von anything und pain:
The beginning of pain is anything.
Er strich pain und setzte wieder something:
The beginning of something is anything.
Und tauschte noch einmal:
The beginning of anything …
The end of something …

Es ging nicht weiter. Die Wörter bleiben oben, notierte der Schriftsteller in seinem Tagebuch. Sie müssen im Satz eintauchen, aber sie steigen immer auf und platschen an der Oberfläche, wie Bälle auf dem Wasser.
Nur das erste Wort, sagte er sich, wenn ich das erste Wort finde, geht alles von selbst. Es hat ein dunkles O, ist himmelblau und riecht nach Pfirsich.
Es ist flaschengrün wie das Meer an einem Regentag und riecht nach nassem Moos, notierte der Schriftsteller am nächsten Tag.
Ich kann es beinahe schon berühren, schrieb er ein paar Tage später. Manchmal lässt es sich streicheln. Die Farbe ist dunkelrund und es klingt nach dem blasigen Schaum des grauen Meers in der Morgendämmerung. Es ist weder Gott noch Tod. Es hat ein A, das auf die andern Laute einen heiteren Schatten wirft.
Mein Gott, es ist immer was anderes.
Draussen blühten die Forsythien und die Kirschbäume, der Schriftsteller sah seinen letzten Frühling nicht und sass Tag und Nacht hinter gezogenen Vorhängen. Eines Nachts um drei Uhr rief er seinen Freund an und stammelte:
It won’t come, it won’t come, und weinte.
Geh schlafen und versuch’s morgen, sagte sein Freund, and no more Whiskey, my friend …
Fuck off, sagte der Schriftsteller und hängte ein. Er ging runter zu seinem Waffenschrank, nahm seine alte doppelläufige Jagdflinte und streichelte das kalte, angerostete Eisen. Seine Frau entdeckte tags darauf die Flinte mitsamt zwei Patronen unter dem Schreibtisch. Sie stellte die Flinte zurück in den Waffenschrank und rief den Hausarzt. Der Schriftsteller entriss sich den Armen des Arztes, stürzte hinunter zum Waffenschrank, lud die Flinte und stiess sich die zwei Läufe in den Mund: Shanghaied, rief er, als man ihm die Waffe entriss, I got it: shanghaied.
Was sagt er? rief seine Frau.
Ihr Mann ist nicht mehr bei Sinnen, sagte der Arzt und liess den Mann in eine Klinik einliefern.
Am 2. Juli 1961, vier Tage nach seiner Entlassung, löste sich im Ferienhaus des Schriftstellers im Gebirge von Idaho um sieben Uhr morgens ein Schuss. Seine Frau hielt’s für einen Unfall. Am Abend davor hatte er mit ihr noch ein altes Seemannslied gesummt. Es war aus Shanghai.

Aus:
Karl-Gustav Ruch: Hinter der Wand. Geschichten zwischen Zürich und Barcelona, edition 8, 2011

Karl-Gustav Ruch, geboren 1954 in Zürich, lebt seit 1990 in Barcelona. Er arbeitete als Deutsch- und Musiklehrer und ist derzeit als freier Autor tätig. Ab 1987 erste Veröffentlichungen von Kurzgeschichten und Essays in literarischen Zeitschriften. 2004 erschien sein Erzählband Talgo Pendular (Eremiten-Presse), 2011 Hinter der Wand – Geschichten zwischen Zürich und Barcelona (edition 8) und 2017 Das letzte Fenster (hockebooks).
Mit der Erzählung Hinter der Wand wurde er 2009 für den Ingeborg-Bachmann-Preis nominiert.
Sein nächstes Buch, der Roman Linas Baum, erscheint im Leipziger Literaturverlag.
Karl-Gustav Ruch

Maite Cruz, geboren 1971 in Barcelona, Ausbildung als Fotografin und Illustratorin in Barcelona. Sie arbeitet für diverse spanische Tageszeitungen und Zeitschriften im Bereich Kultur, Politik / Portrait, Illustration, Reportagen; derzeit vor allem als Mitarbeiterin für El Periódico de Cataluña.
Neben der Arbeit für die Presse realisiert sie auch Projekte für die Werbebranche, für Buchverlage und die öffentliche Hand und beteiligt sich an individuellen und kollektiven Foto-Ausstellungen.
maitec00@hotmail.com

Die Textrechte dieses Beitrags liegen bei Karl-Gustav Ruch, die Bildrechte bei Maite Cruz.


Traducción al español por el autor

SHANGHAIED

Solo dos o tres líneas, dijo el viejo escritor, cuando le pidieron que escribiera unas palabras para un libro que se iba a presentar al presidente John F. Kennedy, que acababa de ser investido.
El escritor se puso manos a la obra. Al cabo de una hora, las palabras estaban sobre el papel:
The marvellous thing is that it’s painless.
Shit, gritó, eso ya lo he escrito en alguna parte. Se sentó en su escritorio hasta altas horas de la noche y no llegó a ninguna parte. Luego se preparó un sándwich de mantequilla de cacahuete en la cocina, como en los viejos tiempos. A las dos de la mañana, cogió la botella de bourbon que tenía escondida en la chimenea y apuró dos vasos. Fue en vano. El whisky sólo le provocaba náuseas y no le devolvía a los días en que escribía una novela en pocas semanas.
Al día siguiente llamó a su agente y le dijo:
Sólo voy a escribir una frase, ¡sólo una! Será la última.
De acuerdo, dijo el agente, una frase tuya pesa más que un libro de Arthur Miller. Halagado por estas palabras, el escritor volvió a trabajar en una nueva frase.
The beginning of something is painful.
Luego sustituyó something por anything.
The beginning of anything is painful.
Borró ful:
The beginning of anything is pain.
E intercambió los lugares de anything y pain:
The beginning of pain is anything.
Tachó pain y volvió a poner something:
The beginning of something is anything.
E intercambió de nuevo:
The beginning of anything …
The end of something …
Se dio por vencido. Las palabras se quedan arriba, anotó el escritor en su diario. Tienen que sumergirse en la frase, pero siempre suben y chapotean en la superficie, como bolas en el agua.
Solo la primera palabra, se dijo, cuando encuentro la primera palabra, todo va solo. Tiene una O oscura, es azul cielo y huele a melocotón.
Es verde botella como el mar en un día de lluvia y huele a musgo húmedo, anotó el escritor al día siguiente.
Casi puedo tocarla, escribió unos días después. A veces la puedo acariciar. El color es oscuro y redondo y suena como la espuma burbujeante del mar gris al amanecer. No es Dios ni la muerte. Tiene una A que proyecta una sombra alegre sobre los demás sonidos.
Dios mío, siempre es otra cosa.
Fuera, las forsitias y los cerezos estaban en flor, el escritor no veía su última primavera y se sentaba día y noche tras las cortinas corridas. Una noche, a las tres, llamó a su agente y tartamudeó:
It won’t come, it won’t come, y lloró.
Vete a dormir e inténtalo mañana, dijo su agente, and no more Whiskey, my friend …
Fuck off, dijo el escritor y colgó. Bajó a su armario de armas, cogió su vieja escopeta de caza de doble cañón y acarició el hierro frío y oxidado. Al día siguiente, su mujer descubrió la escopeta y dos cartuchos bajo el escritorio. Volvió a guardar la escopeta en el armario de las armas y llamó al médico de cabecera. El escritor se soltó de los brazos del médico, bajó corriendo al armario de las armas, cargó la escopeta y se metió los dos cañones en la boca: Shanghaied, gritó mientras le arrebataban el arma, I got it: shanghaied.
¿Qué está diciendo? gritó su mujer.
Su marido se ha vuelto loco, dijo el médico, y mandó hospitalizar al hombre.
El 2 de julio de 1961, cuatro días después de su salida del hospital, sonó un disparo a las siete de la mañana en la casa de vacaciones del escritor en las montañas de Idaho. Su mujer pensó que había sido un accidente. La noche anterior había estado tarareando con ella una vieja canción de marineros. Era de Shanghai.

Karl-Gustav Ruch, nacido en Zúrich en 1954, vive en Barcelona desde 1990. Trabajó como profesor de alemán y música y actualmente es autor independiente. Empezó a publicar cuentos y ensayos en revistas literarias en 1987. Su colección de relatos Talgo Pendular (Eremiten-Presse) se publicó en 2004, Hinter der Wand – Geschichten zwischen Zürich und Barcelona (Edition 8) en 2011 y Das letzte Fenster (hockebooks) en 2017.
Fue nominado al Premio Ingeborg Bachmann en 2009 por su relato Hinter der Wand.
Su próximo libro, la novela Linas Baum, será publicado por Leipziger Literaturverlag.
Karl-Gustav Ruch

Maite Cruz, nacida en Barcelona en 1971, se formó como fotógrafa e ilustradora en Barcelona. Trabaja para varios diarios y revistas españoles en los ámbitos de la cultura, la política/retratos, la ilustración y el reportaje; en la actualidad, principalmente como colaboradora de El Periódico de Cataluña.
Además de su trabajo para la prensa, también realiza proyectos para la industria publicitaria, editoriales de libros y el sector público y participa en exposiciones fotográficas individuales y colectivas.
maitec00@hotmail.com

Los derechos de texto de este artículo pertenecen a Karl-Gustav Ruch, los derechos de imagen a Maite Cruz.

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